Martes, 10 Julio 2012
Julia Evelyn Martínez (*)
"El viejo mundo se muere. El
nuevo tarda en aparecer.
Y en ese claroscuro surgen los
monstruos."
Antonio Gramsci
(1891 – 1937)
SAN SALVADOR - En las
sociedades capitalistas, el control de la clase burguesa sobre el resto de
clases sociales, y en particular sobre la clase trabajadora, no está
determinado únicamente por el control de la propiedad de los medios de
producción y/o por el uso de la fuerza policial o del ejército. Más bien, y
como lo señala Antonio Gramsci (Cuadernos de la Cárcel, 1929-1930
) esta capacidad de control está determinada por la hegemonía de la clase
burguesa, es decir, por su capacidad de controlar las ideas y las voluntades de
todas las clases sociales, y unificarlas en torno un proyecto histórico de
desarrollo capitalista, que actúa como una especie de imaginario social
colectivo en donde se cree profundamente que los intereses económicos,
políticos, jurídicos y sociales de la clase capitalista son coincidentes
con los intereses del resto de la sociedad.
De
acuerdo a Gramsci, el éxito de la hegemonía de la clase capitalista
depende de su capacidad de disponer de un discurso coherente y atrayente que
les haga creer a los sectores dominados (y a sus aliados) que existe un
“bien común” o “un interés nacional”, que supera las diferencias o
contradicciones de clase o las ideologías de derecha o de izquierda, y al cual
deben supeditarse las voluntades y acciones de todos y todas. En la elaboración
y difusión de este discurso, son importantes los intelectuales orgánicos
(profesores, analistas, editorialistas, curas, pastores, comunicadores,
académicos, escritores, eruditos, etc.) que se encargan de que educar y/ formar
a la opinión pública en eso que se llama “el sentido común”.
La
labor de los intelectuales orgánicos de la clase dominante es dar continuidad y
actualidad a la función del sistema educativo. En el capitalismo, el sistema
educativo tiene la función de “depositar” en la mente de los niños y
niñas desde la más temprana edad, ideas como “Patria”, “Nación”, “Orden
Constitucional”, “Sometimiento a la
Ley”, “valores cívicos”, “productividad”, “competitividad”,
“liderazgo”, “familia”, entre otras muchas ideas que contribuyen a reproducir
las relaciones burguesas de poder. El sistema educativo en el
capitalismo no solo forma la fuerza de trabajo que necesita el capital para su
valorización y reproducción sino que “concientiza” a las personas sobre la
legitimidad de la estructura jurídica, política e ideológica que corresponde a
las relaciones capitalistas de producción, circulación y distribución.
La
capacidad de hegemonía de la clase capitalista se refleja así en la
conformación de un bloque hegemónico, que está integrado por alianzas más o
menos estables entre fracciones de la clase dominante, y alianzas
entre la clase dominante y las clases dominadas. En su conjunto, estas
alianzas tienden a desdibujar o a impedir el surgimiento de la conciencia
en sí y para sí de la clase trabajadora y a desactivar su potencial
revolucionario. El mantenimiento de estas alianzas es lo que permite el
funcionamiento del bloque histórico
El
bloque histórico no es nada más que una forma de referirse al vínculo que en un
determinado momento de la historia de un país existe entre los elementos
económicos o estructurales de un sistema económico (fuerzas productivas y las
relaciones sociales de producción) y los elementos no económicos o
superestructurales de ese sistema económico (Sociedad Civil y Sociedad
Política).
Sobre
el concepto de sociedad civil y sociedad política, Gramsci señala que “se
pueden fijar dos grandes planos superestructurales, aquel que se puede llamar
de la sociedad civil, es decir del conjunto de organismos vulgarmente llamados
“privados” y aquel de la sociedad política o Estado, que corresponden
(respectivamente) a la función de hegemonía que el grupo dominante ejerce sobre
toda la sociedad y aquel de dominio directo o de mando que se expresa en el Estado
y en el gobierno jurídico”.
De
acuerdo a esta definición, la sociedad civil es el espacio en donde se forma
los consensos en torno al proyecto capitalista de desarrollo y se
promueve la adhesión de las clases dominadas a los intereses de las clases
dominantes. Este espacio estaría formado por los gremios empresariales,
iglesias, universidades, instituciones educativas, gremios profesionales,
“tanques de pensamiento”, sindicatos, cooperativas, medios de comunicación,
entre otras organizaciones que forman el tejido social. Los partidos políticos
serían parte de la sociedad civil, y no “un sector aparte” como se supone en el
uso no marxista del término sociedad civil, como por ejemplo, la definición
impuesta por el Banco Mundial.
La
sociedad política en cambio, estaría conformada por las instituciones que
realizan la función coercitiva y de dominio directo, para hacen cumplir la ley
y el orden capitalista, que se sintetizan en la estructura de poderes del
Estado (Ejecutivo, Asamblea Legislativa, Órgano Judicial, Fuerzas armadas,
municipalidades y entidades autónomas). El nexo principal (pero no el único)
entre la sociedad civil y la sociedad política son los partidos políticos, que
son portadores de los consensos o disensos entre fracciones de clase o entre
clases sociales, y que actúan como correas de transmisión para reproducir y/o
reformar las normas jurídicas y la institucionalidad política del Estado, y
mantenerlas adaptadas a las necesidades de la hegemonía de la clase capitalista
en un momento determinado.
El
bloque hegemónico capitalista no es una realidad estática o invariable, sino
que se encuentra en constante movimiento. A su interior, existen presiones de
determinadas fracciones de la clase burguesa y/o de las clases dominadas por
asumir la dirección de las alianzas, e imponer así su propio
“sentido común” al resto de la sociedad en función de sus intereses
económicos estratégicos dentro del bloque histórico. Estas presiones incluyen
el interés por imponer su propia interpretación sobre el rol del
Estado en el desarrollo capitalista, sobre los regímenes de propiedad y
explotación de la tierra, sobre el régimen tributario, sobre el sistema
monetario, sobre las condiciones de participación del capital extranjero
y sobre las relaciones económicas internacionales, entre muchas otras
cuestiones.
Estas
disputas se agudizan cuando la fracción de la clase burguesa que ha ejercido
durante un período prolongado la dirección del bloque hegemónico, de pronto
pierde la capacidad de representar al resto de fracciones de la clase burguesa
y/o pierde credibilidad ante las clases dominadas. Su discurso hegemónico
empieza a perder atractivo y deja de cohesionar a las clases sociales en torno
a un proyecto común de desarrollo nacional. Puede ocurrir por ejemplo que la
fracción dirigente del bloque hegemónico pierda credibilidad al mostrarse
incapaz de generar mejores y/o mayores condiciones para la acumulación del
capital (inversión privada) y/o de generar condiciones mínimas de
redistribución del ingreso que mantengan bajo control las demandas de la clase
trabajadora. Su continuidad en la dirección del bloque hegemónico puede
comenzar a verse como una amenaza al “desarrollo nacional” y/o al “bien común”.
En
estas coyunturas se presentan crisis de hegemonía, que se reflejan en el
afloramiento de las contradicciones entre las fracciones de la clase
capitalista, que pueden desembocar en un cambio en la dirección de este
bloque. Una fracción o varias fracciones de la clase empresarial pueden comenzar
a luchar por tomar control de la dirección del bloque hegemónico para reformar
y/o tomar el control de la institucionalidad del Estado y ponerla en función de
un nuevo proyecto histórico burgués de desarrollo, mientras que otra fracción o
fracciones se resisten a este cambio.
¿Y
las clases dominadas? ¿Y la clase trabajadora? Ante la carencia de un proyecto
y de un discurso contra-hegemónico propio, la clase trabajadora y sus
intelectuales orgánicos/as (cada vez menores en número) suelen adherirse al
nuevo proyecto y/o nuevo discurso hegemónico capitalista, que les devuelve “la
ilusión y la confianza” de que es posible lograr el desarrollo nacional
mediante la unidad, la democracia y el respeto al Estado de Derecho burgués.
Con ello, sin saberlo contribuyen a la renovación del capitalismo y a postergar
su propio proceso de liberación.
¿A
propósito de qué hago estas referencias al pensamiento de Antonio Gramsci en
este espacio? En estos días, en que la sociedad salvadoreña asiste a la
puesta en escena de la “batalla final” por el control de la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de
Justicia, (el máximo organismo en la interpretación de los derechos de
propiedad en el bloque histórico salvadoreño), pienso que podría ser de interés
re-leer a Antonio Gramsci.
Me
parece que no solo es necesario hacerlo para comprender la esencia del
enfrentamiento que protagonizan cotidianamente los intelectuales orgánicos de
las fracciones empresariales en pugna, sino sobre todo, es necesario, para
poder dimensionar las implicaciones negativas que para la clase trabajadora
tiene en esta coyuntura, la falta de un proyecto y de un discurso
contra-hegemónico al proyecto hegemónico de dominación de la clase capitalista.
Estamos
frente a una lucha por la dirección del bloque hegemónico protagonizada por el
sector empresarial de ARENA, que se niega a ceder esta dirección al otro grupo
de ese bloque, integrado por el sector empresarial de GANA en alianza con
el sector empresarial del FMLN. En esta lucha por la dirección del bloque
hegemónico se juega el control sobre la interpretación de la norma
constitucional que más se adapte a su proyecto de hegemonía y/o que pueda
favorecer o desfavorecer los intereses específicos de las fracciones
empresariales en conflicto.
Se
trata de eso, no es una lucha entre la democracia y la autocracia, no es una
lucha entre la izquierda y la derecha, ni tampoco una lucha entre el bien y el
mal. De allí los llamados de uno y de otro de los bandos enfrentados a
conformar un nuevo pacto de unidad nacional bajo su dirección: “un pacto
nacional en defensa de la
Constitución”, “un acuerdo nacional basado en la legalidad”,
“una amplia alianza en donde quepan todos los signos ideológicos, incluyendo a
las feministas”.
Los
intelectuales y las intelectuales que se consideran aún orgánicos al proyecto
de revolucionario de liberación de la clase trabajadora (es decir, los que aún
no han sido incorporados ni asimilados al proyecto capitalista de
dominación) deben tomarse el tiempo para desentrañar la esencia que
se esconde detrás de la apariencia en esta coyuntura y redoblar esfuerzos para
orientar a la clase trabajadora (en particular a la juventud) sobre lo que en
realidad está ocurriendo y evitar una nueva escisión o fractura de clase,
que retrase aún más su proceso histórico de liberación. De lo contrario, se
corre el riesgo de terminar actuando (por ingenuidad, ignorancia o
indiferencia) como simples instrumentos de alguna de las fracciones de la clase
empresarial que se encuentra en pugna por la dirección del bloque hegemónico.
(*)
Columnista de ContraPunto
0 comentarios:
Publicar un comentario