Si no hay un enfoque holístico de la biodiversidad y de las funciones de los ecosistemas, y se da una prioridad indebida a la valoración económica de la naturaleza, los derechos de pueblos indígenas y comunidades locales podrían verse amenazados y la naturaleza dañada. Los “mecanismos innovadores” propuestos, basados en el mercado, podrían dar lugar a otra burbuja financiera y a más desigualdades.
Cuando la naturaleza es considerada en términos monetarios, ¿qué es lo que se valora, la naturaleza o el dinero? ¿Y qué repercusiones tiene esto para los ecosistemas y la equidad, en una economía financierizada que premia los productos monetarios y los agentes bursátiles, y que tiende a una dinámica especulativa y volátil?
Frente a la actual crisis de la diversidad biológica aumentan los reclamos de recursos financieros para conservar la biodiversidad y reducir los factores que causan su pérdida. El Plan Estratégico para la Diversidad Biológica (2011-2020) del Convenio sobre la Diversidad Biológica incluye la posibilidad de que existan “mecanismos innovadores” que ayuden a la movilización de recursos. Esto ha generado interés en torno a lo que podrían ser “mecanismos innovadores de financiación” para la diversidad biológica.
Al mismo tiempo se está prestando gran atención a cuestiones como, por ejemplo, cuánto vale la naturaleza y cómo podría indicarse este valor a través de precios que dirijan la toma de decisiones a direcciones más sustentables desde el punto de vista ecológico. El reciente programa de las Naciones Unidas sobre la Economía de los Ecosistemas y la Diversidad Biológica (TEEB) impulsa la incorporación de valores monetarios de la ecología en las prácticas decisorias y contabilidades nacionales y empresariales, y es bien recibido en el actual Plan Estratégico del Convenio sobre la Diversidad Biológica. El apoyo financiero al TEEB proviene de la Comisión Europea, Alemania, el Reino Unido, Holanda, Noruega, Suecia y Japón.
Contabilizar la naturaleza en términos de “capital natural” y “servicios ecosistémicos” refleja la ideología de la “economía verde”, que propone que la equidad social y la sustentabilidad ambiental sean compatibles con el aumento del desarrollo económico y de la actividad empresarial. Un pilar de esta ideología es la conversión de la naturaleza en activos de capital que pueden ser comercializados y ser objeto de especulaciones financieras, y requiere lo siguiente: Representación numérica. En primer lugar, la naturaleza necesita ser conceptualmente “trozada” en unidades que puedan ser representadas como números. Esos números, a los que se les suele referir como “métrica”, funcionan como medidas representativas de aspectos valorados de los ecosistemas. La representación numérica reduce la complejidad de los ecosistemas para crear una presunta equivalencia y conmensurabilidad entre distintos lugares y tiempos. Esto hace posible que se realicen intercambios entre sitios de desarrollo y sitios de conservación.
Monetización. Es cuando algo se concibe en términos monetarios y, por lo tanto, se comporta como una mercancía que puede ser intercambiada por un pago en dinero. El uso de la métrica para convertir aspectos de naturaleza no humana en resultados numéricos ayuda a crear cifras monetarias para utilizarlas en un análisis de costo-beneficio y en modelos económicos relacionados. Como lo señalan los economistas, esto puede producir valores monetizados que, si bien pueden resultar útiles, también pueden ser ad hoc, poco confiables e incluso engañosos.
El Estado como facilitador del mercado. Los mercados legales exigen la participación del Estado de variadas formas. En los mercados ambientales para la conservación, el Estado brinda marcos regulatorios para generar demanda, crea condiciones atractivas para inversionistas y empresarios a través de exenciones impositivas y subvenciones, y puede ofrecer préstamos vinculados a activos de la naturaleza para que éstos puedan ser objeto de inversión por parte del sector privado. Esos procesos permiten que se comercialicen, capitalicen y financiericen medidas de conservación de la naturaleza de diversas formas:
Comercialización de la naturaleza. Se considera que el pago de servicios ecosistémicos compensa los costos de oportunidad económica en contextos donde los usos ambientales se alteran para conservar la integridad de determinadas funciones ecosistémicas. El pago de servicios ambientales podría adoptar la forma de pagos directos relativamente simples por cambios de comportamiento que harían posible a los gestores de los servicios ecosistémicos mantener cierto bien ambiental. Uno de los casos es cuando los usuarios de agua pagan a los agricultores ubicados río arriba para que no incurran en prácticas que podrían deteriorar la calidad del agua río abajo o el pago a los habitantes de los bosques por el mantenimiento del carbono almacenado en los árboles, convertido en “compensación” para las emisiones industriales de carbono. Varios mercados nacionales de servicios ecosistémicos se mantienen con importantes subvenciones gubernamentales. Nuevas estructuras legislativas también hacen posible que los promotores compensen nuevos perjuicios ambientales comprando actividades de conservación en otros sitios y comercializando así el perjuicio ambiental por el bien ambiental. Algunos de los ejemplos lo constituyen la banca para la mitigación de la desaparición de humedales y de especies en Estados Unidos, el banco para hábitats en el Reino Unido y varios proyectos de compensación de biodiversidad en todo el mundo, todo lo cual comercializa unidades fungibles de especies, hábitats y diversidad biológica.
Mercados de la naturaleza. La conversión de aspectos de la naturaleza en contabilizaciones numéricas asociadas con pagos monetarios da lugar a los mercados de indicadores de conservación. Para crear y financiar esos mercados, actualmente los promotores de negocios con la naturaleza y los empresarios que financian proyectos ambientales están estableciendo intercambios por medidas de conservación en mercados voluntarios. Ejemplo de ello es The Earth Exchange – Mission Markets y el Banco de Medio Ambiente Ltd. del Reino Unido, a través de los cuales los créditos de conservación ambiental pueden ser comercializados como mercancías. La perspectiva de obtener ganancias financieras en esos mercados está atrayendo a grandes inversionistas.
Vinculación con la naturaleza. Una vez que los elementos de la naturaleza han sido concebidos como unidades monetizadas, también pueden convertirse en una nueva clase de activos de capital. Como tales, pueden convertirse en colateral de préstamos vinculados al valor monetario designado del aspecto esencial de la naturaleza. Se sugieren nuevas estructuras vinculadas a lo ambiental para la concentración inicial de los futuros ingresos previstos de ecosistemas conservados, que actuarían como colateral de préstamos de inversionistas privados y donantes multilaterales. Esto conectaría las finanzas de los inversionistas con las obras de infraestructura que, en su oportunidad, se considera que mejorarían las sustentabilidad ambiental y generarían retornos financieros. Los “bonos REDD+”, por ejemplo, permitirían la movilización de futuros pagos por la reducción de emisiones esperada, derivada de mantener los bosques en pie, en el marco del mecanismo REDD+ (Reducción de emisiones derivadas de la deforestación y la degradación de bosques en países en desarrollo) de las Naciones Unidas para actuar como colateral de préstamos para financiar las inversiones iniciales en REDD+ y otro tipo de infraestructura ambiental. El World Wide Fund for Nature (WWF), el Programa Global Canopo, la Iniciativa Climate Bonds, Goldman Sachs y los banqueros privados Lombarg Odier proponen, de manera similar, que a través de los “bonos de bosques” garantizados por los gobiernos nacionales de países con abundancia de bosques, el “capital natural” de los bosques tropicales podría ser “materializado” para influenciar en la financiación del desarrollo, a partir de mercados de capital mundiales. No resulta claro de quién sería el “capital natural” colateralizado (es decir, prometido) en el caso de posibles incumplimientos de pago.
Derivados de la naturaleza. Tal como se observa en el recién creado mercado de unidades de carbono comercializables, el gran capital no tiende a estar en los propios créditos sino en los intercambios del comercio voluntario, pobremente regulado y hecho a medida, en productos financierizados derivados de esos créditos. Como las unidades de naturaleza conservada o restaurada constituyen “capital natural” en mercados, bonos e hipotecas ambientales podrían, de manera similar, ser “titulizados” en productos derivados convertibles en dinero. Esto podría transformar el riesgo de la extinción de especies y la pérdida de biodiversidad, por ejemplo, en oportunidades especulativas. No queda claro las repercusiones que tendría esto en los créditos para las poblaciones de especies, biodiversidad y habitats. Son caminos que se abren a la financierización de la conservación de la biodiversidad y que podrían contribuir a una escalada en materia de recursos financieros para el mantenimiento de la biodiversidad. Pero esas innovaciones también son motivo de preocupación:
Para existir, los mercados de conservación de la naturaleza, como el banco para hábitats, exigen que exista un perjuicio ecológico relacionado con el desarrollo, así como para mantener los precios que podrían financiar la conservación considerada una compensación al perjuicio ambiental relacionado con el desarrollo. Esto genera una situación perversa en la cual el perjuicio ecológico asegura un valor comercial a la conservación y esa degradación es necesaria para sostener la demanda del mercado para este mecanismo de conservación.
El aumento de las rentas de la tierra a través del incremento de los valores monetarios determinados por indicadores de las buenas condiciones de la naturaleza podría desplazar a gente de sus territorios a medida que gobiernos e inversionistas procuran “acaparar” esos nuevos valores. Tal incremento de la desigualdad carece de ética y podría, además, amplificar los agentes de la degradación de la biodiversidad diluyendo la posibilidad de adoptar una medida colectiva de apoyo a las políticas de conservación de la naturaleza. También habrá impactos en los derechos legales y consuetudinarios de pueblos indígenas y comunidades locales.
Por último, la conversión de complejos paisajes en una métrica numérica y monetizada instrumentaliza a la gente y a las naturalezas no humanas para conformar un sistema homogeneizante en el cual el dinero es el que mide todo valor.
Esto puede desplazar conocimientos, prácticas y valores locales ecoculturales que podrían ser más benignos para la biodiversidad, reduciendo así las opciones para transferir la máxima diversidad socioecológica a nuestros descendientes.
* Profesor titular en el Departamento de Geografía, Estudios de Medio Ambiente y Desarrollo, Birkbeck College, University of London.
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