Artículo de Alfredo Serrano, Página 12. 24/08/2012
Vista desde el orden
dominante, la posición de Ecuador frente al asilo político de Assange puede ser
interpretada como una decisión temeraria y fuera de tono; como una quimera en
vez de una solución probable; como una lucha de David contra Goliat. Ni lo uno
ni lo otro. La decisión del gobierno de Ecuador no es aislada, ni aventurera,
ni ilusa, ni de país pequeño, por muy reducido que sea su PIB. Esta decisión es
un acto de soberanía respecto de las hegemónicas relaciones internacionales. Es
un ejercicio de inserción altiva en el sistema mundo. Patria altiva y soberana,
justo ése es el significado del acrónimo PAIS, movimiento político que ganó las
elecciones en el 2006, acabando con el viejo régimen partidocrático y
levantando la bandera del fin de la larga y fría noche neoliberal.
La revolución ciudadana, con
Correa a la cabeza, optó por una ruptura con el poder constituido, y abogó por
un proceso constituyente que derivó en la nueva Constitución de Ecuador, la
cual refleja desde su primer artículo una apuesta fuerte por un Estado
soberano. Más adelante, el artículo 422 también explicita la intención de no
ceder soberanía frente a los organismos internacionales. Además, en otro
documento fundacional, como plan rector de su economía, el Plan Nacional para el
Buen Vivir (2009-13), expresa literalmente el objetivo (punto 6.4) de
“inserción estratégica y soberana en el mundo”.
La posición ecuatoriana en el
asilo político a Assange no es una isla en un desierto, sino que es otra forma
de hacer política en aras de construir de manera integral un Estado soberano.
Ecuador decidió abandonar soberanamente el Ciadi (resolución de conflictos
dependiente del Banco Mundial) porque no estaba dispuesto a verse sometido a un
árbitro que es más parte (del poder económico) que juez. Expulsó las bases
estadounidenses de Manta frente al chantaje de las preferencias arancelarias.
Resolvió no pagar buena parte de la deuda ilegítima después de auditarla.
Prefirió ser parte del ALBA y no firmar el Tratado de Libre Comercio con la UE ni
con Estados Unidos. Así, con todos estos ejemplos, la posición de Ecuador
frente a Assange es otra manera de aseverar que cambiar hacia adentro requiere
ser soberano hacia afuera. Se cambia la matriz productiva sólo si se alteran
las relaciones comerciales con el exterior. Se construye un sector público
justo cuando se lucha contra los paraísos fiscales en el mundo. Se democratiza
la participación al conferir representación en la asamblea a los emigrantes
expulsados por el neoliberalismo. Se deja de ser un país pequeño si hay una
integración regional más equitativa. Y no hay duda, se puede hablar de libertad
de prensa en el interior de un país, sólo cuando se acepta la transparencia de
Wikileaks. Todo lo demás es hipocresía.
Ecuador pone el dedo en la
llaga de los países centrales en el sistema capitalista mundial, en la
soberanía, la misma que es imprescindible para transformar las relaciones de
poder con los grandes grupos económicos que condicionan el buen vivir interno
de mucha población. Para ello, el caso Assange, interpretado como una pieza más
dentro de un complejo ajedrez, y no visto como un fin en sí mismo, constituye
una oportunidad notable para revelar al mundo que un país pequeño puede mover
fichas para ganar una partida que favorece a las grandes mayorías. Ecuador no
está solo en este juego. Su soberanía es también la soberanía de una renovada
región en construcción; la Unasur ya se ha pronunciado con apoyo nítido a la
decisión de Ecuador en el caso Assange. Esto ha sido una victoria, y será una victoria
mucho más vigorosa en tanto y en cuanto se multipliquen los casos Assange en
términos de más soberanía frente a los tratados bilaterales de inversión,
frente al círculo vicioso de la deuda eterna, a los mercados financieros
internacionales, al falso libre comercio, al agronegocio de los transgénicos.
La batalla del asilo es
jurídica, pero fundamentalmente es política. Las leyes internacionales son
producto de una desigual correlación de fuerzas políticas. Esta disputa legal
debe ser aprovechada en el marco de una transición geopolítica mundial para
mostrar que la región sudamericana es un polo cada vez más soberano. Ecuador ha
puesto una piedra concluyente para la construcción de este otro edificio. En la
Unasur hubo consenso y lo esperado es que en la OEA no lo haya, y tampoco sería
deseable un consenso postizo donde Estados Unidos pueda reducir al mínimo una
declaración desechable. La soberanía no se cimienta en consensos con los
poderes económicos dominantes. Eso es otra mentira. Ecuador, y la región
latinoamericana, deben crear su propio consenso, su propia centralidad, cada
vez más independiente política y económicamente. Si la teoría económica y
política hegemónica dejara de ser tan miope, quizá Ecuador podría ser
considerado un país bien grande, porque su Soberanía Interna Bruta es cada vez
más insigne.
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