Burawoy sostiene que, a nivel global, la universidad parece “haber dejado de ser un bien público para pasar a ser un bien privado que debe financiarse a sí mismo”, por lo que pierde legitimidad. Valora como “único en el mundo” al sistema público argentino.
“Tenemos que repensar el significado de la universidad pública. El asunto no es sólo quién tiene acceso a la universidad, ni cuánto cuesta, sino más bien qué responsabilidad asume ante la sociedad, qué diálogo puede construir con los distintos actores públicos.” La frase es del presidente de la Asociación Internacional de Sociología (ISA), Michael Burawoy, que visitó Buenos Aires para participar del Foro Internacional de Sociología. Británico y marxista, residente en Estados Unidos y profesor de la Universidad de Berkeley, Burawoy mantiene un blog titulado “Universidades en crisis”, tal como nombró a la conferencia que brindó en un seminario de la Untref antes de dialogar con Página/12.
–¿A qué se refiere cuando habla de crisis en la universidad?
–Lo primero para decir es que no creo que las universidades argentinas estén en crisis. Estuve recientemente en Chile, y podría afirmarlo allí, pero no necesariamente en Argentina. Hay cuatro aspectos distintivos, al menos desde un punto de vista exterior, sobre la universidad argentina. En principio, el sistema público domina totalmente; segundo, el ingreso es abierto; tercero, es básicamente gratis; cuarto, hay elecciones democráticas para su administración. Entiendo que estos puntos nunca se dan de modo acabado, pero al menos a primera vista es un conjunto único en el mundo y un buen punto de referencia para evaluar y entender otros sistemas de educación superior.
–Otros sistemas que, al parecer, sí están en crisis. ¿A qué se refiere con ello?
–Hay cuatro crisis que afectan a las universidades en el mundo, aunque lo hacen en grados distintos según los lugares. La primera es una crisis fiscal. En casi todo el mundo la universidad parece haber dejado de ser un bien público para pasar a ser un bien privado que debe financiarse a sí mismo. Se busca obtener dinero de los estudiantes. En Inglaterra pagan alrededor de 10mil libras cada año. En Chile, obviamente, las protestas tienen que ver con esto. También en Estados Unidos, en la universidad donde trabajo, han incrementado las cuotas tres veces en los últimos diez años. Otra forma de obtener dinero es a través de donaciones de gente rica, y ciertamente varias universidades son exitosas en esto. Pero la otra gran fuente, en realidad, es la investigación: se vende el conocimiento. Más allá de quién se queda con el dinero, la lucha por el patentamiento y los derechos de propiedad intelectual... lo cierto es que la venta del conocimiento se ha transformado en una fuente de ingreso creciente. Esto afecta en la medida en que sólo las disciplinas que generan dinero se vuelven importantes, como medicina, biología, ingeniería, etcétera, mientras que las ciencias sociales y humanas tienen grandes dificultades para sobrevivir.
–¿Cuáles son las otras tres crisis que observa?
–Tenemos también una crisis de gobierno en las universidades. La pregunta aquí es si vamos a construir universidades como corporaciones, que trabajen como multinacionales, o si vamos a continuar con el antiguo sistema colegiado donde las facultades forman parte de la administración. Es una disputa entre dos visiones, y por ahora el modelo corporativo es el que gana. Por eso tenemos cada vez más administradores vendiendo la universidad a los estudiantes y al mercado. La tercera crisis que ubico es la que llamo crisis de legitimidad. No bien la universidad se convierte en un bien privado, por el que tenemos que pagar para ingresar, no bien pierde su autonomía vendiéndose a las corporaciones, su apoyo público disminuye, cae su legitimidad. Luego tenemos la cuarta crisis, la de identidad. Profesores, estudiantes, administradores, empiezan a preguntarse qué significa la universidad, y por lo general tienden a confundir lo que en verdad es, el verdadero rol que ocupa en la sociedad. Estas cuatro crisis, por supuesto, están interrelacionadas.
–¿Qué expresiones de este proceso encuentra en Latinoamérica?
–En Chile, por ejemplo, crecen las universidades privadas, así como las cuotas y las protestas estudiantiles. El sistema universitario chileno tiende a ser bastante elitista, y tiene una particularidad: casi ningún estudiante trabaja mientras estudia. Las familias cargan con los préstamos, por eso las protestas estudiantiles son tan interesantes e inusuales. Están apoyadas por los padres, los abuelos, por toda la familia, algo insólito para Europa. En Estados Unidos los estudiantes sacan préstamos para pagar sus cuotas universitarias, pero trabajan, y asumen responsabilidades para afrontar sus deudas. La lógica es individualista, es el alumno el que paga el préstamo, y no la familia. Es más, cuando tenemos una crisis económica y los estudiantes van a las protestas, la gente les dice “ustedes de qué protestan, son más ricos que nosotros”. De modo que, en realidad, el público en general no suele estar a favor de las protestas estudiantiles. Es el opuesto de lo que sucede en Chile. Y acá en Argentina lo asombroso es que aún mantengan la educación pública. Es un milagro, quiero decir, tiene sus problemas, pero no deja de ser asombroso. Parece una forma extrema del antiguo modelo de educación pública.
–¿Qué puede hacer la universidad para contrarrestar este proceso de crisis que describe?
–Hay dos conjuntos de presiones exteriores que las universidades deben contrarrestar. El primero es la mercantilización y la presión por obtener dinero a cambio de la producción de conocimiento. Lo segundo es la importancia creciente de los rankings globales. Comenzaron en China. La Universidad de Shanghai quería evaluar a las universidades chinas comparándolas con las americanas, porque suponían que eran las mejores del mundo. Y con el tiempo la mayoría de los países comenzaron a evaluar a sus propias instituciones bajo el mismo sistema. El costo de este proceso es que los investigadores son incentivados para producir conocimiento en revistas occidentales, en inglés, mientras los problemas locales y nacionales se vuelven menos importantes, y hasta el enfoque de las cuestiones empieza a distorsionarse, porque el investigador debe situarse en la forma en que Estados Unidos o Europa entienden los problemas. Así, el capitalismo hoy en día tiene un sistema de ranking, y sabe, en base a ello, en qué universidades invertir. Por eso todos los países quieren tener una o dos universidades entre los primeros puestos.
–Acá no se les presta demasiada atención a los rankings mundiales de universidades...
–¿Crees que no, en serio? Los profesores son incentivados y obtienen más puntos si publican en una revista en inglés, incluso en Argentina, estoy seguro. Hay rankings en Latinoamérica también, y creo que los rectores de las universidades están buscando dónde aparecen. ¿Dónde aparece la UBA?, se pregunta el rector, ¿dónde aparece La Plata?, y compiten entre ellos al interior del país. Es una forma maliciosa de penetrar en los sistemas de educación.
–Y ante estas presiones exteriores, ¿pueden construirse modelos alternativos de incentivo y de producción?
–Bueno, habrá que ver si es posible crear modelos de discusión crítica en las universidades. ¿Puede una universidad constituir entre sus facultades, estudiantes e investigadores una comunidad en donde se discuta colectivamente qué es la universidad y cuál es su lugar en la sociedad? Los académicos suelen ser muy competitivos e individualistas.
–¿Qué rol tiene la sociología en introducir esta discusión?
–Depende de lo que se entienda por un sociólogo. Desde mi punto de vista, un cientista social vincula experiencias micro con parámetros macro desde la perspectiva dela sociedad civil. Los economistas, en cambio, tienen como punto de partida la expansión del mercado. Los politólogos lo hacen desde la consolidación del Estado y el poder. Creo, por lo tanto, que los sociólogos tienen un lugar especial en la constitución de la universidad pública como la entiendo, porque la universidad tiene que ser capaz de entablar un diálogo con la sociedad civil, no sólo con el Estado, y no sólo con el mercado.
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