Franz J. Hinkelammert
Henry Mora Jiménez
La teoría del
fetichismo de Marx se sitúa como una parte central de su crítica de la economía
política clásica. En el tercer cuarto del siglo XIX la teoría económica
neoclásica recién estaba surgiendo, por lo que no era posible evaluarla en todo
su alcance. Esta teoría económica se distanció radicalmente de la economía
política clásica, especialmente en un aspecto clave: su concepto de sujeto
económico. El sujeto de la economía política clásica es un sujeto con
determinadas necesidades, las cuales
tiene que satisfacer para poder vivir. En
Marx este punto de partida es explícito, y la condición previa para la
satisfacción de las necesidades es el respeto a los derechos humanos,
entendidos como la no violación de la dignidad humana (“echar por tierra todas
las relaciones en que el hombre sea un ser humillado, sojuzgado, abandonado y
despreciable” –Marx, 1844), y la economía es el ámbito en el cual este sujeto
produce y reproduce sus medios para vivir y posibilita sus derechos humanos.
Desde este
punto de vista, estos derechos humanos no resultan de ningún “juicio de valor”
subjetivo, sino que en su cumplimiento se expresan determinadas condiciones de posibilidad de la vida, a
partir de lo cual se derivan los juicios de valor. Además, los economistas
clásicos sabían muy bien, tal como lo muestra su teoría de la población (Smith,
Malthus, Ricardo), que la naciente industria capitalista estaba llevando a cabo
un asesinato en masa de la clase obrera, asesinato que ha perdurado por
generaciones. Con su finura característica, Popper sostiene que este arrebato
de muerte no es común a todo el capitalismo, “sino tan solo a su infancia”
(1973: 255). Pero en verdad, el mismo sólo ha cambiado su localización
espacial, y se desarrolla ahora, especialmente, en los países del tercer mundo.
Pero a estos
economistas, este asesinato les parece un resultado inevitable del nuevo modo
de producción capitalista; de manera que Marx se encuentra con una economía
política que –aunque muy hipócritamente-, afirma la vida del ser humano como su
objetivo, y la teoría del fetichismo muestra, efectivamente, que detrás de ese
disfraz de consecución de la vida se está afirmando más bien toda una filosofía
de la muerte.
Como sea, la
teoría económica neoclásica rompió con esta tradición y empezó, progresiva pero
sostenidamente, a socavar y transformar el concepto de sujeto económico.
Sustituye el sujeto necesitado por un sujeto con fines arbitrarios (gustos y
preferencias) y consecuentemente, cambia la misma definición de la economía.
Esta ya no es el ámbito donde los seres humanos trabajan para satisfacer sus
necesidades, sino que ahora es un asunto de elección entre diversos medios
(racionalidad medio-fin) y un conjunto de cálculos que se efectúan en el
proceso de satisfacción de las preferencias (cálculo de utilidad). Las preferencias
han sustituido a las necesidades, implicando un cambio radical en el concepto
de racionalidad económica.
Así por
ejemplo, desde el punto de vista de la economía política clásica, la
pauperización y la miseria de la clase obrera son evidentemente una
irracionalidad económica, aunque se sostenga que sean inevitables; pero desde
el punto de vista de la teoría económica neoclásica ya no lo es. Su problema es
la elección económica, y aunque esto no le impide seguir afirmando la necesaria
reposición del capital -que se considera una exigencia de la racionalidad
económica-, la reproducción de la fuerza de trabajo, en cambio, ya no es
considerada una cuestión económica, y en lo que atañe a la vida humana, esta
racionalidad económica no se ocupa de ella.
Solamente a
través de un largo proceso que dura unos cien años, la teoría económica
neoclásica llega a la afirmación nítida y contundente de este desprecio por la
vida humana. Lo vemos particularmente en la teoría económica de la escuela de
Chicago, y en especial en Milton Friedman, quien deriva esta consecuencia
explícitamente, aunque como punto de partida o fundamento, se encuentra en toda
la teoría neoclásica. Friedman transforma la teoría liberal del derecho natural
de una forma única. Veámoslo a partir de un conjunto de citas de dos de sus
principales obras.
No es muy difícil obtener una unanimidad
casi absoluta sobre la proposición de que hay que sacrificar la libertad de un
hombre de asesinar a su vecino, para preservar la libertad del otro a vivir (Friedman,
1966: 43-44).
Friedman
concibe dos libertades básicas, la “libertad de asesinar” y la libertad de
vivir. También tenemos la “proposición” de sacrificar la “libertad de asesinar”
para preservar la libertad de vivir, y la decisión de sacrificar esta “libertad
de asesinar” es un resultado de los gustos y preferencias. Así, a diferencia de
la tradición liberal, Friedman no concibe un conflicto entre libertad humana y
asesinato: ¡no es el mismo ejercicio de la libertad el que está en conflicto
con el asesinato!
Pero el
sacrificio de la “libertad de asesinar” no es total, sino solamente el
necesario para establecer y estabilizar una relación social basada en contratos
privados de compra y venta:
El requisito básico es el mantenimiento de
la ley y el orden, para impedir que un individuo use la fuerza física sobre
otro individuo, y para hacer cumplir las obligaciones contraídas
voluntariamente, dando sentido de esta manera a la palabra “privado” (idem:
29).
De manera que
se renuncia a la “libertad de asesinar” exclusivamente en la medida en que esta
conlleve a la aplicación de la fuerza física. La libertad de vivir es una
libertad complementaria. Si se renuncia a la fuerza física hay libertad. Esta
libertad no es la imposición de la libertad de vivir sobre la “libertad de
asesinar”, sino el libre ejercicio de una “libertad de asesinar”, la cual ha
sacrificado la aplicación de la fuerza física y la libertad de vivir. La
libertad se convierte en una lucha a muerte sin aplicación de la fuerza física.
De allí se derivan los valores:
Así es que hay dos grupos de valores a los
que el liberal da importancia: los valores que se refieren a las relaciones
entre la gente, que es la situación en que él da importancia primordial a la
libertad, y los valores que se refieren al individuo en el ejercicio de su
libertad, que es el dominio de la ética y filosofía individuales (idem:
27).
La ética y la
filosofía, según Friedman, no tienen que ver con el primer tipo de valores, instalados precisamente por
las relaciones de producción (los que se refieren a “los valores entre la
gente”), sino que se preocupan del ejercicio de la libertad del individuo, y
sabemos que este ejercicio no es más que el proceso de decisiones de compra,
por ejemplo, el color y el precio de una corbata. La instalación de las
relaciones de producción, en cambio, es un acto de fe en la libertad misma,
aunque la “falta de fe” en el mercado no es un hecho que le interese explicar:
En realidad, la causa principal de las
objeciones a la economía libre es precisamente el hecho de que realiza tan bien
sus funciones. Da a la gente lo que realmente quiere, y no lo que un grupo
determinado piensa que debiera querer. En el fondo de casi todas las objeciones
contra el mercado libre hay una falta de fe en la libertad misma (idem:
30).
Ahora bien,
se alguien tiene un auto y éste funciona bien, jamás se quejará del fabricante
o del vendedor. Se quejará cuando en algún sentido el auto deje de funcionar,
pero esto nada tiene que ver con la fe en su funcionamiento. Sin embargo, según
Friedman, solamente en la fe se descubre el buen funcionamiento del mercado.
Pero donde hay ausencia de fe, los que no la tienen jamás pueden aducir
“objeciones a la economía libre”. Luchan, por tanto, la fe y la anti fe, Dios y
el diablo. Y como es una cuestión de fe, las opiniones de la gente y de las
mayorías no tienen nada que ver:
El que cree en la libertad no anda contando
cabezas (idem: 23). El adoptar las decisiones de la mayoría es una solución
práctica y no un principio básico (idem: 41).
Sobre todo
las mayorías no tienen que ver con decisiones serias:
Las diferencias fundamentales en cuanto a
valores básicos no pueden resolverse en las urnas nunca o casi nunca; en última
instancia, sólo pueden decidirse, aunque no resolverse, mediante un conflicto.
Las guerras religiosas y civiles de la historia son sangriento testimonio de
esta afirmación (idem: 41).
El resultado
básico es éste: para llegar a la libertad, se renuncia a la aplicación de la
fuerza física en el ejercicio de la “libertad de asesinar”. Pero en el caso de
falta de fe en la libertad, se vuelve a recurrir a la fuerza física para llegar
a la decisión. La libertad tiene que asegurarse independientemente de la
voluntad de las personas o de las mayorías. La “libertad de asesinar” se
transforma por tanto en el punto medular de la argumentación.
Esta posición
básica la asume Friedman como punto de partida para la discusión del sujeto
económico y del resultado del proceso de producción. Pero en lugar de explicar
estos objetivos, construye fantasmas alrededor de ellos. El concepto que tiene
Friedman del sujeto económico se puede explicar a partir de la siguiente
descripción de la oferta de trabajo:
La oferta a corto plazo de trabajo para
todos los usos es perfectamente inelástica: la oferta de trabajo disponible
diariamente, si prescindimos de las correcciones por las diferentes calidades
de trabajo, es igual a 24 horas
multiplicadas por el número de personas (Friedman, 1976: 260).
Ni en los
peores tiempos del capitalismo la oferta de trabajo ha sido de veinticuatro
horas, porque eso es fisiológicamente imposible. Pero Friedman no quiere decir
que cualquier persona o trabajador dispone al día de veinticuatro horas; lo que
afirma es que el hombre se ofrece a sí mismo por veinticuatro horas al día, y
este mismo hombre se compra x número de horas diarias a sí mismo. La
interioridad del hombre se transforma en un mercado en el cual se establecen
relaciones mercantiles entre dos sujetos internos, los cuales en última
instancia no tienen nada que ver el uno con el otro. Uno de estos sujetos es
dinámico y efectúa decisiones. Friedman lo llama el portafolio, y efectivamente, es la interiorización, por parte del
sujeto, de su billetera. Este sujeto-portafolio le compra al otro sujeto, que
tiene preferencias, sus veinticuatro horas por día y las distribuye entre las
preferencias según la intensidad relativa de éstas. De esta manera, el sujeto
de las preferencias ofrece al sujeto-portafolio veinticuatro horas y recibe de
éste lo que corresponde. Pero como el sujeto-portafolio no posee nada de por
sí, excepto su iniciativa privada, vende una parte de estas veinticuatro horas
en el mercado. Con esto recibe un salario que ahora usa para comprar las horas
de ocio no trabajadas, y se las devuelve al sujeto de las preferencias con algo
adicional, que son los bienes de consumo, los cuales el sujeto de las
preferencias consume durante veinticuatro horas al día.
De esta
manera, el sujeto-portafolio es intermediario entre dos mercados. Uno interior,
en el cual negocia con el sujeto de las preferencias; y otro exterior, en el
cual negocia con otros sujetos-portafolio para combinar factores de producción.
El sujeto de
las preferencias es aquel que trabaja y consume. Pero no es más que un “mapa de
preferencias”, en el cual el sujeto-portafolio toma sus decisiones. El
sujeto-portafolio no tiene preferencias, es nada más que la interiorización de
su billetera o chequera, provista de una pequeña computadora.
Si ahora el
sujeto de las preferencias quiere dormir, el sujeto-portafolio hace diversos
cálculos. Compra el ocio necesario para las siete u ocho horas de sueño. El
precio de estas horas es el ingreso que el sujeto de las preferencias habría
ganado en el caso de trabajarlas. Además, tiene que comprar la cama, pagar el
alquiler o la hipoteca, etc., necesarios para el tiempo de sueño. Con el
ingreso no recibido de las ocho horas de sueño, el sujeto-portafolio paga ahora
al empleador –no existente, que tampoco ha pagado- estas horas de trabajo y así
puede darle al sujeto de las preferencias el permiso de ocho horas de sueño.
Cama, alquiler, etc., los paga del salario recibido en el mercado exterior.
Obviamente,
si se prescinde de este fantasma, todo es igual a como siempre se ha pensado:
el sujeto vende horas de trabajo y con el salario correspondiente compra bienes
de consumo. Sin embargo, la creación del fantasma tiene un objetivo. Eso se
puede estudiar mejor con la teoría de la población de Friedman. La desarrolla como una teoría de la
“producción de seres humanos como una deliberada elección económica,
determinada por una comparación de rendimientos y costos” (idem: 266)
Veamos. El
sujeto de las preferencias le comunica al sujeto-portafolio que quiere tener un
hijo. El sujeto-portafolio clasifica en seguida el tipo de bien que es un hijo:
Desde este punto de vista, se ha de admitir
que los hijos juegan un doble papel: son un bien de consumo, una manera de
gastar la renta para adquirir satisfacciones, una alternativa a la compra de
automóviles o servicio doméstico u otros bienes; son a la vez un bien de
capital producido por una actividad económica, una alternativa a la producción
de máquinas, edificios u otras cosas (idem: 266-267).
El
sujeto-portafolio sabe por tanto, que se trata de un producto conjunto. No un
producto de dos personas –es perfectamente asexual-, sino que el hijo es dos
productos en uno.
El hecho de que los hijos sean, en ese
sentido, un producto conjunto, significa que hay que combinar los dos tipos de
consideraciones: los rendimientos provenientes de los hijos como bienes de
capital pueden considerarse como una reducción de sus costos como bienes de
consumo … vistos como un bien de consumo, la cantidad producida vendrá
determinada por el costo relativo de los hijos, comparado con el de otros bienes
de consumo, la renta disponible para todos los usos y los gustos y preferencias
de los individuos en cuestión … vistos como bien de capital, la cantidad
producida estará determinada por los rendimientos que se esperan de él, en
comparación con los bienes de capital, y por el coste relativo de producir éste
u otros bienes de capital alternativos (idem: 267).
Se le olvidó
contabilizar los gastos del psiquiatra necesarios para tratar a un niño
“producido” de esta manera. Con esta teoría en mano, se puede entender muy bien
la migración del campo a la ciudad:
… las áreas rurales tienen una ventaja
comparativa para la producción de capital humano lo mismo que para la de
alimentos; que la población de las zonas rurales se dedica, como si dijéramos,
a dos industrias que se ejercen conjuntamente –la producción de alimentos y la
de capital humano- y que sostiene exportaciones netas de ambos a la ciudad (idem:
268).
Y no se
olvida mencionar la desventaja relativa del “capital humano” en relación al
capital no-humano:
Una importante diferencia entre éste y otros
bienes de capital está en el grado en que la persona que hace la inversión de
capital inicial puede adueñarse de los rendimientos de la misma (idem: 267).
De esta
manera, la falta de control absoluto sobre el “capital humano” (el cuerpo y la
mente de los seres humanos) aumenta el riesgo de la inversión en personas
humanas.
De nuevo se
trata de un fantasma. Para entender el hecho de que la procreación de hijos por
parte de una pareja se enfrenta con límites económicos, no hace falta en lo más
mínimo tal construcción de los hijos como bienes de consumo o de capital. Lo
dicho por Friedman es simplemente una elaboración fantasmagórica, y como tal,
es perfectamente tautológica. Lo que todo el mundo sabe, está ahora expresado
desde el punto de vista del sujeto-portafolio. Que los padres disfruten al
criar a sus hijos, y que éstos cuando grandes seguramente les ayuden en su
vejez, el hecho de que los hijos originan costos, que incluso pueden ser altos
en relación al ingreso; todo eso es perfectamente explicable sin transformar la
decisión en un cálculo costo/beneficio absolutizado.
Pero hace
falta saber el por qué de esta transformación de todos los problemas humanos en
decisiones de un cálculo que un sujeto-portafolio hace frente a un sujeto de
preferencias. Si la misma no sirve para explicar nada, ¿para qué sirve
entonces? Una respuesta posible es que sirve para mostrar el pretendido alcance
total y sin límites de las relaciones mercantiles. Se trata de desarrollar una
visión del mundo en la cual cualquier fenómeno está sujeto a las relaciones
mercantiles sin ninguna zona libre, ni en el interior ni en el exterior de la
persona.
Cual tal
agujero negro, el cálculo mercantil trata de absorberlo todo, y donde no puede
establecer relaciones mercantiles efectivas, las establece por lo menos de
forma imaginaria. Se trata de un totalitarismo mercantil ilimitado, del cual ya
nada ni nadie puede escapar. Toda la denigración humana contenida en tal
reducción absoluta de todos los fenómenos humanos a una expresión mercantil, no
expresa más que la denigración que estas relaciones mercantiles significan.
Pero son denigración solamente desde el punto de vista de aquel que se resiste
a tal mercantilización. Desde el punto de vista de Friedman no se trata de
denigrar a nadie, él solamente reduce lo humano a lo mercantil, y esta acción
la considera científica. Y si la ciencia denigra, el autor no tiene en ello
culpa, escabulléndose detrás de esta supuesta ciencia. Ahora bien, para poder
denigrar, habría que tener una dignidad por encima del acto de denigración,
pero esta no existe. La denigración se ejerce sobre otros exactamente en el
mismo grado en el cual es interiorizada.
El afán mismo
de esta extensión real e imaginaria de las relaciones mercantiles se explica
más bien a partir de un objetivo político. Se quiere mostrar la efectividad y
el alcance ilimitado de las relaciones mercantiles, para poder argumentar el
carácter no necesario de la intervención estatal (y de cualquier acción
asociativa o solidaria), y su responsabilidad en la generación de las crisis de
los mercados.
La
calculabilidad de cualquier objeto implica ahora extender el cálculo –real o
imaginario- a más y más objetos. Al considerarse como capital cualquier fuente de ingresos (también el trabajo), se
capitaliza el valor de capital del sujeto de preferencias a partir de la
corriente de ingresos que rinde su trabajo, ofrecido en el mercado al interés
vigente. Contempla los posibles aumentos de ingresos y los necesarios
conocimientos nuevos, para los cuales necesita capacitación. La capacitación se
debe efectuar si su costo es igual o menor a la renta adicional capitalizada.
De lo contrario, debe considerarse como un bien de consumo y evaluar la
satisfacción relativa que rinde. También la amistad debe analizarse desde este
punto de vista: un amigo que te ayuda regularmente, tiene un valor de capital,
y vale la pena invertir en él sumas menores que la ayuda adicional
capitalizada. Y así sucesivamente. ¡Todo se disuelve en el negocio!
Si toda
fuente de ingreso tiene ahora un valor de capital, se descubre fácilmente una
imperfección básica del mercado de capitales. Debido a la abolición de la
esclavitud, las inversiones en capital humano son mucho más arriesgadas que aquellas
hechas en capital no humano. La diferencia es tan grande que justifica
distinguir entre capital humano y no humano. Además, se trata de la única
diferencia existente. La diferencia, sin embargo, no responde a la naturaleza
de las cosas, sino que se trata de una imperfección producida por una
intervención estatal (institucional):
Aunque reconozcamos que todas las fuentes de
servicios productivos pueden ser consideradas como capital, nuestras
instituciones políticas y sociales llevan a admitir que es importante la
distinción, para muchos problemas, entre dos amplias categorías de capital: el
humano y el no humano (idem: 257).
A raíz de
esta intervención, la seguridad de la inversión en bienes materiales es
superior, y claramente las imperfecciones del mercado de capital se derivan
exclusivamente del marco institucional, y por tanto, de la abolición de la
esclavitud:
Estas peculiaridades sólo desaparecerían en
una sociedad de esclavos y, en ella, solo para los esclavos. El hecho de que las fuentes de capital
humano no se pueden ni comprar ni vender en nuestra sociedad significa, como se
indicó antes, que el capital humano no proporciona, en situaciones de
dificultad, una reserva tan buena como el capital no humano. … el individuo que
invierte en una máquina puede ser dueño de la máquina y asegurarse así la
obtención de la remuneración por su inversión. La persona que invierte en otra
persona no puede obtener esa clase de seguridad (idem: 258).
En resumen,
la diferencia entre capital humano y no humano está en que:
Debido al marco institucional y debido a las
imperfecciones del mercado de capitales, no podemos esperar que el capital
humano responda a presiones e incentivos de la misma forma que el capital
material (idem: 313).
Todo eso
apunta a negar una diferencia específica, bajo el punto de vista económico,
entre la máquina y el ser humano: ambas no son más que “fuentes de servicios
productivos”. Como resultado, el ser humano es sujeto porque las instituciones
lo reconocen como tal, y no como ocurre en la teoría liberal de los siglos
XVIII-XIX, en la cual las instituciones reconocen la subjetividad del hombre
con anterioridad a ellas. Como las instituciones son las que garantizan las
relaciones mercantiles, el ser humano –como Friedman lo ve- es sujeto en tanto
está reconocido como tal por las mismas relaciones mercantiles. Lo cual implica
que el hombre es simple y llanamente “la criatura” de las relaciones
mercantiles y no, su creador. El anti-humanismo es patente y declarado.
Toda la
teoría neoclásica contiene esta tesis, pero solamente como su consecuencia
lógica, y no necesariamente como su convicción expresa. Muchos teóricos
neoclásicos mantienen la diferencia entre capital y trabajo, y eso es lo que
Friedman le reprocha a Marshall. Al tener el mismo punto de partida neoclásico,
Marshall tenía que enredarse en inconsistencias teóricas para no caer en un
anti-humanismo expreso. Friedman no le tiene miedo al anti-humanismo declarado,
y por tanto, puede ser más consecuente a este respecto. Y lo que aquí vale para
Marshall, también vale para la mayoría de los teóricos neoclásicos, por
ejemplo, Samuelson. Como resultado, pueden estar en desacuerdo con Friedman,
pero su mismo punto de partida teórico no les permite argumentar este
desacuerdo.
El ser humano
es ahora sujeto solamente en aquel grado en el cual es reconocido como tal por
la producción mercantil. El concepto de necesidad desaparece y es reemplazado
por la demanda y las preferencias. Si el ser humano no puede adquirir en el
mercado el mínimo necesario para vivir, eso es un asunto que queda fuera del
ámbito de la teoría económica. La reposición del capital sigue siendo un
concepto económico, la reproducción del ser humano no. De hecho, el ser humano
ni es visto como igual a la máquina, sino como inferior a ella (una “reserva no
tan buena”, una “inversión más riesgosa”). No solo no se reconoce la
fetichización de las relaciones mercantiles, menos aun se la crítica, sino que
incluso se la celebra. Es el elogio al fetichismo de la teoría económica
neoclásica.
Bibliografía
Friedman, Milton. Teoría de los
precios. Alianza editorial, Madrid, 1976.
Friedman, Milton. Capitalismo y
Libertad. Madrid, 1966.
Friedman, Milton. Una teoría de
la función consumo. Alianza editorial, Madrid, 1973.
Friedamn, Milton. Libertad de
Elegir. Hacia un nuevo liberalismo económico. Editorial Grijalbo, 1982.
Hinkelammert, Franz. Las armas ideológicas de la muerte. DEI,
San José, segunda edición revisada y aumentada, 1981.
Popper, Karl. La miseria del
historicismo. Alianza editorial, Madrid, 1973.