Por María Betania Ávila *
Democracia: ¿gobierno por el
pueblo? o ¿gobierno por el poder del pueblo?. ¿Cuándo fue realmente que el
pueblo gobernó? Desde su origen, para el feminismo la cuestión se centra en las
mujeres como parte integrante del pueblo que gobierna. La constitución de la
esfera política fue históricamente realizada como un dominio de hombres. La
política como dominio de hombres está relacionado a una dominación sobre las
mujeres en el espacio de la vida privada, lo que ya conlleva una exigencia de
radicalidad en el sentido de pensar la Democracia no sólo como un sistema político sino
como una forma propia de organización de la vida social. La organización
política del feminismo viene de la revuelta de las mujeres forjada en una
experiencia histórica concreta de relaciones sociales de desigualdad. La praxis
feminista es acción política y pensamiento crítico. Por lo tanto, el
radicalizar la acción está relacionado con la reinvención de la práctica política
y la producción teórico-analítica feminista en varios campos del saber. Para la
construcción del sujeto, conocer y actuar son dimensiones inseparables. La
producción del saber es también una esfera de dominación masculina. Dominación
simbólica directamente dirigida a la reproducción de la dominación y de la
explotación material –patriarcal y capitalista.
La organización política del
feminismo viene de la revuelta de las mujeres forjada en una experiencia
histórica concreta de relaciones sociales de desigualdad. La praxis feminista
es acción política y pensamiento crítico. Por lo tanto, el radicalizar la
acción está relacionado con la reinvención de la práctica política y la
producción teórico-analítica feminista en varios campos del saber. Para la construcción
del sujeto, conocer y actuar son dimensiones inseparables. La producción del
saber es también una esfera de dominación masculina. Dominación simbólica
directamente dirigida a la reproducción de la dominación y de la explotación
material –patriarcal y capitalista.
En el movimiento feminista
hay una diversidad de organizaciones y luchas, pero también hay desigualdad
entre las mujeres que lo componen. Mujeres de clases desiguales; mujeres de
razas diferentes transformadas históricamente en desigualdades; mujeres negras;
mujeres indígenas y rurales; trabajadoras domésticas que constituyen
mayoritariamente una clase de mujeres pobres; desigualdades entrelazadas de
clase, de raza, de género; mujeres lésbicas que se radicalizan contra las
herencias del padrón heterosexual dominante. Mujeres con necesidades
especiales. Mujeres de varias generaciones que traen conflictos inherentes
entre transmisión y reinvención. Radicalizar es vivir el conflicto interno en
el movimiento, enfrentando democráticamente las varias tendencias y
proposiciones y, al mismo tiempo, producir conflicto en la sociedad en torno a
sus proposiciones. Es ser referencia para otras mujeres fuera del espacio de su
propia organización. La radicalización del feminismo proclama respeto con respecto
a su propia forma de organización y a su acción en el mundo. Esto es para
adentro y para afuera. Si el movimiento es radical su organización exige de
inmediato los medios para enfrentar las contradicciones de las mujeres en la
vida cotidiana para ejercer el derecho de ser sujeto político –ya que la
institución de las mujeres como sujeto es una conquista del feminismo.
Para pensar en una propuesta
radical de lucha feminista es importante pensar en el acceso al espacio de
lucha. De lo contrario, la desigualdad social y las discriminaciones se
transforman perversamente en un déficit del sujeto. En lo cotidiano hay
bloqueos para que las mujeres se movilicen entre las esferas pública y privada:
la violencia sexual y doméstica, el preconcepto, la doble jornada y la falta de
tiempo, entre otros. El trabajo de las mujeres en las esferas productiva y
reproductiva está marcado por la desigualdad de la división sexual del trabajo.
Necesitamos responder teórica y políticamente a la transformación de los
fundamentos económicos de esa división y de las relaciones sociales producidas
por ella.
La mercantilización del
cuerpo de las mujeres, del placer y la canalización de la exploración sexual
son una dimensión importante de la globalización económica. Las mujeres son consideradas
puntos estratégicos del consumismo. Y el llamado sexual es el elemento central
del método. La industria cultural, por medio de los medios más diversos de
comunicación, produce constantemente las más alocadas formas de alienación y
captura de todas las propuestas de libertad e igualdad. Y también es en el
terreno de la sexualidad que la fuerza represiva de las instituciones
religiosas y fundamentalistas han producido controles y abusos en nombre de
principios trascendentes. La ilegalidad y clandestinidad del aborto siempre
sirvieron a los intereses mercantiles y, al mismo tiempo, al poder de las
iglesias en la dominación sobre la vida de las mujeres.
En América Latina y el
Caribe, el poder del Estado ha estado históricamente en manos de hombres que,
en general, o son o están ligados a los señores de la tierra, de la industria,
del capital financiero, subordinados y aliados de los señores del Norte. El
patrimonialismo, que tuvo gran peso en la conformación de estos Estados, la
violencia en el campo, la violencia sexual, el racismo, la homofobia, la
violencia sobre el pueblo indígena, la concentración de renta y su reverso, la
pobreza, son marcas que persisten desde tiempos inmemoriales. ¿Qué tiene que
ver el feminismo con todo esto? La democratización de la vida social debe ser
por lo tanto radical en relación al capitalismo, al patriarcado, al racismo, a
la heterosexualidad como modelo hegemónico, a las formas de administrar el
poder político, a las instituciones que sustentan la dominación y la explotación:
iglesia, familia, Estado.
Las mujeres, sobre todo
negras e indígenas, constituyen la mayoría de los pueblos pobres de América del
Sur y el Caribe. Si el feminismo, en América Latina y el Caribe, no enfrenta la
pobreza de las mujeres, no tiene cómo radicalizarse. Si no enfrenta la
democratización de la tierra y el acceso de las mujeres a ese derecho, no hay
radicalización. Si no enfrenta el derecho a nuestro propio cuerpo, no hay
radicalización. El feminismo se tiene que popularizar, extenderse por todos los
lugares donde las mujeres están siendo explotadas y violentadas, creando raíces
como una organización política vuelta a la transformación social.
¿Cuál es la
capacidad del movimiento feminista para reconocer todas las expresiones de
luchas cotidianas de millares de mujeres que producen cambios en las
comunidades donde viven, en las instituciones donde trabajan, que se definen
como feministas -o no- y que forjan un amplio movimiento de mujeres? ¿Cómo se
relaciona el feminismo con esa movilización de mujeres? Esa es una cuestión que
debe ser puesta como una relación dialéctica entre el feminismo y el movimiento
de mujeres en general.
Para mí, radicalizar es
también luchar contra la hegemonía de una visión liberal de democracia, como si
la democracia liberal fuese la única experiencia histórica y definición posible
de la democracia. La radicalización pasa también por la no aceptación de la
idea de que los fines justifican los medios.
¿Cuáles son las formas de
democracia política que estamos forjando? ¿Teorizando, practicando,
defendiendo, alterando? Representativa, participativa, democracia directa.
¿Cómo democratizar el sistema de poder político? ¿Cómo el feminismo ha
enfrentado de hecho al sistema de poder político, producido crítica,
confrontación? ¿Cómo se coloca ahora para el movimiento feminista la cuestión
de poder? Enfrentar ese sistema, en el cual se imbrican las estructuras que
reproducen las desigualdades, requiere una inmensa capacidad de organización,
de solidaridad y de generosidad en el interior de nuestras articulaciones, así
como una capacidad crítica para combatir también en nosotras las formas de
actuar heredadas de la tradición de ese sistema que combatimos y de las
tradiciones políticas autoritarias.
Entre la fragmentación
atomizada y los modelos totalitarios, tenemos que inventar procesos de
democracia radical que sean capaces de alterar el orden social vigente y
también las formas de hacer política. No vamos a incurrir en los riesgos de
buscar una totalidad, de instalar modelos de futuro cerrados. La capacidad de
enfrentar democráticamente por medio del diálogo las diferencias y los
conflictos, es un desafío para la organización del feminismo. Negar el
conflicto sólo fragiliza la lucha y disminuye la capacidad de organizar una
resistencia colectiva.
La democracia política
radical exige una nueva cultura política. Es preciso repensar los métodos
feministas de construir autonomía, relaciones no
jerárquicas, dentro del movimiento y en relación a otros movimientos,
reafirmando siempre la pluralidad de los sujetos. El Foro Social Mundial nos
presenta un gran desafío en este sentido. De entre los desafíos que tenemos, la
movilización y la conciencia crítica son elementos estratégicos.
Por eso, la organización
política, la socialización de los saberes y los procesos educativos vueltos
para la formación de sujetos son indisociables como método para una praxis
transformadora. Hay una relación dialéctica entre los procesos colectivos de
acción política transformadora y las experiencias alternativas, las “micro
revueltas”, las adquisiciones de derechos y la lucha dentro de las
instituciones que en la vida cotidiana forjan nuevas experiencias. Tenemos que
fortalecer las bases organizacionales de un internacionalismo crítico y activo,
capaz de oponerse verdaderamente al liberalismo, al terror y a la guerra, a la
mercantilización de la vida y de los bienes comunes de la naturaleza, al
fundamentalismo.
Un internacionalismo que
atraviese la lucha desde la aldea más recóndita hasta los grandes centros urbanos.
Recuperar la utopía –como fractura permanente con lo que hay. La Utopía nos saca del
alineamiento de lo que está dado. Utopía como abertura para transformar y no
como representación de un modelo. Es como dice Cristina Buarque: “es necesario
mostrar claramente lo que rechazamos”. Expresar con determinación nuestra
oposición. El momento de la acción política transformadora es también de
invención de nuevas relaciones, de construcción de subjetividad y, por lo
tanto, de reinvención colectiva y de reinvención de nosotras mismas.
* Conferencia de María Betania Ávila -Articulação de
Mulheres Brasileiras, Articulación Feminista Marcosur y Directora de SOS Corpo–
Instituto Feminista para la
Democracia-, en el 10º Encuentro Feminista Latinoamericano y
del Caribe, realizado en octubre de 2005 en Serra Negra, Brasil.
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