jueves, 17 de mayo de 2012

Adam Smith para principiantes


Julia Evelyn Martínez

Dedicado a Melissa Salgado que me animó a escribir este texto.


SAN SALVADOR - El profesor Aquiles Montoya solía decir que el primer libro texto que todo estudiante de economía debía tener es la obra de Adam Smith, “Estudio sobre la naturaleza y causa de La Riqueza de las Naciones”. Su propuesta estaba basada en dos argumentos. En primer lugar, porque en esta obra se encuentran planteados los grandes temas y debates sobre los cuales deben reflexionar y proponer soluciones los y las economistas de todas las épocas. Y en segundo lugar, porque él sostenía que: “Sí al final los estudiantes se hacen economistas de derecha, al menos podrían llegar a ser buenos economistas de derecha”.


He recordado esta anécdota en ocasión de algunas preguntas sobre la vida y la obra de Adam Smith que me han formulado algunos/as estudiantes y ex – estudiantes de economía de la UCA, suscitadas por la reciente publicación de mi columna “Adam Smith tenía razón” en este mismo medio. Abusando de la generosidad editorial de Contrapunto, me he tomado la libertad de escribir en este espacio una breve reseña de lo que en mi opinión son algunas de las principales ideas de este autor acerca de la distribución en las sociedades capitalistas.


En primer lugar, es preciso establecer que Adam Smith no fue un plumífero a sueldo de algún sector o fracción de la clase capitalista de su época y tampoco fue un ideólogo (en el sentido peyorativo del término) que elaboraba los discursos y/o argumentos para el advocacy empresarial del siglo XVIII.


Adam Smith fue ante todo y sobre todo, un hombre y un intelectual de su época. Este talante le permitió combinar su reflexión teórica como profesor de economía política y de filosofía moral en la Universidad de Glasgow (Escocia) con la experiencia práctica de varias viajes de estudios por Europa, durante los cuales entablo relación directa con los grandes filósofos de la Ilustración Francesa e Inglesa, además de que le permitió constatar de primera mano, las grandes transformaciones en la agricultura y en la manufactura que se estaban operando en muchas regiones europeas bajo el liderazgo de los empresarios capitalistas. También conoció en este período de su vida, los sentimientos y conductas de la clase capitalista en ascenso.


A partir de todas estas experiencias, Adam Smith comprendió las enormes potencialidades que el capitalismo tiene para crear riqueza para las naciones (Carlos Marx reconocería esta capacidad del capitalismo en el Manifiesto Comunista de 1848), pero también llegó a la conclusión que, paradójicamente, la capacidad del sistema capitalista de generar riqueza y bienestar para las naciones se encuentra amenazado por la codicia de la clase capitalista.


En este punto, es importante comprender la diferencia que Adam Smith hacía entre la codicia y el egoísmo así como los diferentes resultados que cabe esperar en la sociedad de cada una de estas conductas.


Unos años antes (1759) de la publicación de la Riqueza de las Naciones, A. Smith publico sus lecciones de la cátedra de filosofía moral de la Universidad de Glasgow bajo el título “La teoría de los sentimientos morales”, obra en donde estableció claramente las diferencias entre conductas originadas por los vicios y las conductas originadas por sentimientos naturales. En esta obra, el autor se opuso férreamente al relativismo moral que se derivaba de la sátira de Bernard de Mandeville, en la “Fábulas de las Abejas” (1714) que tenía como moraleja que “los vicios privados se convierten en virtudes públicas”. En esta fábula se narra cómo en un panal de abejas donde predominan conductas como la estafa, el robo, la glotonería, la ostentación, la lujuria y la codicia, se podía favorecer el desarrollo de la industria y de la riqueza, debido a que estos vicios creaban demandas sociales que se traducían en empleos e inversiones privadas y/o públicas dentro del panal.


Adam Smith rechazó ese relativismo moral y sostuvo en cambio que la codicia (deseo insaciable de riquezas sin importar el medio para satisfacerlo) es el resultado de un vicio (conducta indeseable), mientras que el egoísmo (anteponer el interés personal al interés de los demás) es un sentimiento natural, que cuando se manifiesta en un contexto personal y social en donde prevalecen los sentimientos morales (compasión, benevolencia, altruismo, empatía) puede lograr el bienestar de toda la sociedad. En este contexto de orden moral, para A. Smith el egoísmo se transforma en una especie de “mano invisible” que conduce a que el interés privado actúe como motor de búsqueda del bienestar de la sociedad. Esta idea la plasmó posteriormente en “La Riqueza de las Naciones” de la siguiente manera: “No es la benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero la que nos procura el alimento, sino la consideración de su propio interés. No invocamos sus sentimientos humanitarios sino su egoísmo; ni les hablamos de nuestras necesidades, sino de sus ventajas”. (p. 17).


Si nos enfocamos en su obra “La Riqueza de las Naciones”, caeremos en la cuenta que el objetivo fundamental del autor es demostrar que el sistema capitalista es el mejor sistema para incrementar la riqueza de las naciones. Sobre el tema de la riqueza, es importante reparar en el hecho que para Adam Smith no solo se trata de trata de aumentar el valor de la riqueza social anual en el tiempo (crecimiento económico) sino que es importante asegurar que esa riqueza se traduzca en un mayor bienestar para sus habitantes: “Conviene advertir la implicación de que el bienestar de la nación debe calcularse por el bienestar promedio de sus miembros, y no por el agregado”. (nota 3, página 3), y eso se lograría aumentando de manera permanente y sostenida los ingresos de la mayoría de la sociedad, y no solo los de una parte de ella.


Sobre el papel específico que el trabajo y el capital desempeñan en el proceso de creación de la riqueza, Adam Smith señaló que la causa de la riqueza es siempre y en todo lugar el resultado del trabajo humano, pero que el capital es el medio que permite que ese trabajo pueda destinarse a usos productivos, es decir a producir riqueza, en lugar de destinarse a usos improductivos, como el ejército, la burocracia y la iglesia, que están formados por personas que viven a expensas de la riqueza que producen los trabajadores productivos. A partir de estos supuestos, Adam Smith dedujo que solo un proceso creciente acumulación de capital puede asegurar año tras año que aumente la cantidad de trabajo productivo y con ello la riqueza y el bienestar de la mayoría de la sociedad.


Sin embargo, para Adam Smith el vinculo entre el riqueza y bienestar de la mayoría de la sociedad no se daba de forma automática, sino que presupone que se cumpla una condición fundamental: a medida que aumenta la acumulación de capital debe incrementarse la cantidad de trabajadores/as empleados por las empresas capitalistas al mismo tiempo que se deben incrementar los salarios de la clase trabajadora. Probablemente debido a que escribió “La Riqueza de las Naciones,” en una fase previa a la revolución industrial en Inglaterra, este autor estaba convencido que mayores tasas de inversión de capital generarían siempre mayores volúmenes de empleo y mejores salarios.


A partir de este vínculo, Adam Smith afirma que si se aspira a desarrollar una sociedad mediante el incremento de la riqueza, se deben crear y/o fortalecer las condiciones para que la acumulación de capital ocurra de manera interrumpida y creciente. Entre estas condiciones, le asignó un lugar destacado la existencia de condiciones de libre, efectiva y leal competencia entre las empresas capitalistas y a la erradicación de todas las medidas gubernamentales diseñadas para otorgar privilegios a las empresas (subsidios, incentivos, exenciones, monopolios, etc.).


Sin embargo, en este modelo ideal de creación de riqueza, Adam Smith reconoció que la conducta de la clase capitalista no siempre es la conducta que se necesita para que el capitalismo logre los resultados que se esperan de éste sistema económico. Ciertamente sostiene que los empresarios son la única clase social que puede acumular capital, porque son los únicos que practican la “austeridad y la parsimonia” y que pueden diferir su consumo presente para el futuro. Pero le preocupaba que la codicia de esta clase les impidiera conectar su avidez por las ganancias de corto plazo con los intereses de la mayoría de la sociedad, que está formada por trabajadores y trabajadoras. Una de estas conductas en opinión de A. Smith es la actitud de los capitalistas frente a los salarios de los trabajadores. Al respecto señala que: “Los salarios del trabajo dependen generalmente, por doquier, del acuerdo concertado por lo común entre estas dos partes (trabajadores y empresarios), y cuyos intereses difícilmente coinciden. El operario desea sacar lo más posible, y los patronos dar lo menos que puedan. Los obreros están siempre dispuestos a concertarse para elevar los salarios, y los patronos, para rebajarlos” (página 65)


Esta pugna de intereses encontrados sin embargo se desarrolla de acuerdo a A. Smith en un contexto de relaciones de poder asimétricas, que conducen a la imposición de los intereses coyunturales de los capitalistas sobre las demandas de la clase trabajadora: “Los patronos siendo menos en número, se pueden poner de acuerdo más fácilmente, además de que las leyes autorizan sus asociaciones o, por lo menos, no las prohíben, mientras que en el caso de los trabajadores, las desautorizan” (p. 65), con el agravante que los patronos pueden resistir más tiempo una huelga que los trabajadores: “La mayor parte de los trabajadores no podrán resistir una semana, poco resistirán un mes, y apenas habrá uno que soporte un año sin empleo. A largo plazo, tanto el trabajador como el patrono se necesitan mutuamente; pero con distinta urgencia”.(Idem)


Adam Smith advierte que la clase capitalista mantiene una especie de acuerdo para impedir que los salarios aumenten: “Los patronos siempre y en todo lugar, mantuvieron una especie de concierto tácito, pero constante y uniforme, para no elevar los salarios por encima de su nivel actual (…..) Es cierto que rara vez se habla de semejantes acuerdos: pero la razón es que no causan novedad las cosas que se tienen por ordinarias y sabidas. Algunas veces ocurre también que los patronos celebran acuerdos especiales para hacer descender los salarios por debajo de aquel nivel al que acabamos de hacer referencia (salarios que aseguran la satisfacción de las necesidades de las familias de la clase trabajadora)” (p. 65)


Pero más allá de la tendencia de la clase capitalista a ponerse de acuerdo para no elevar los salarios e incluso para rebajarlos, Adam Smith señaló la existencia de otra tendencia en el comportamiento de la clase capitalista que es aún más peligrosa que la anterior, en tanto pone en riesgo sus propios intereses de clase. Esta consiste en la búsqueda constante de acuerdos o de favores gubernamentales (incentivos, prebendas, subsidios) para no competir en el mercado.


¿Cuál sería la motivación que se esconde detrás de la resistencia a competir en condiciones efectivas y leales con el resto de empresas?. Parece que la respuesta sugerida por A. Smith se encuentra en el comportamiento inverso entre los salarios y la tasa de ganancia cuando existe competencia entre distintos capitales versus el comportamiento de estas variables cuando la competencia es débil o inexistente: “El aumento del capital que hace subir los salarios, propende a disminuir el beneficio. Cuando los capitales de muchos comerciantes (empresarios) ricos se invierten en el mismo negocio, la natural competencia que se hacen entre ellos tiende a reducir su beneficio; y cuando tiene lugar un aumento de capital en las diferentes actividades que se desempeñan en la respectiva sociedad, la misma competencia producirá efectos similares en todas ellas (FCE, p. 8)


Es decir, en un contexto de acumulación de capital creciente y de plena competencia entre capitales (no monopolios, no oligopolios, no monopsonios, no incentivos gubernamentales) , los salarios de los trabajadores aumentarían mientras la tasa de ganancia del capital tendería a disminuir, como resultado de la lucha de los capitalistas para ofrecer menores precio, lo que a su vez conllevaría a un aumento en el poder adquisitivo de los salarios. Sin embargo, a pesar que esta situación sería en opinión de Adam Smith el estado ideal de la distribución de la riqueza y del aumento del bienestar social, la codicia de los capitalistas les impide darse cuenta de tales ventajas para sus intereses de largo plazo, y prefieren disminuir el nivel de acumulación de capital y/ o presionar a los gobiernos para que les otorguen incentivos o les protejan para no competir en condiciones de igualdad o bien optan por la colusión para restringir la competencia en el mercado.


¿El resultado?. A. Smith lo describe así: “La disminución del capital de la sociedad o de los fondos destinados al mantenimiento de la industria (tasa de inversión de capital) rebaja los salarios del trabajo e incrementa los beneficios del capital y, por consiguiente, el interés del dinero. Al bajar los salarios, los propietarios de los capitales que van quedando en la sociedad, pueden poner sus géneros (mercancías) en el mercado con menos gastos que antes, y como también emplean menos capital que anteriormente en el abastecimiento del mercado, resulta que pueden vender más caros sus productos. Sus mercancías cuestan menos y las venden por más: con lo cual, y al aumentar los beneficios por ambos conceptos, pueden ofrecer un interés más alto.”(p. 92)


Pero entonces, de acuerdo a Adam Smith Y sobreviene el estado estacionario, y los capitalistas tendrán finalmente que caer en la cuenta de su falta de visión de largo plazo: “Las cosas ocurrirían de otra suerte en un país donde fuesen decayendo sensiblemente los fondos destinados a mantener la mano de obra (…) Muchos de los que aprendieron oficios de una categoría superior, al no encontrar ocupación en ellos, se darían por satisfechos si encontrasen trabajos de inferior naturaleza. La clase más baja, viéndose recargada no solo con los operarios adscritos a ella, sino con los recurrentes de otras clases, registraría una competencia tan grande, por parte de quienes buscan empleo, que los salarios del trabajo se reducirían al nivel de la más miserable y escasa subsistencia del obrero. Muchos no encontrarían trabajo, ni aún a esos niveles tan precarios; correrían el riesgo de morir de hambre, tendrían que recurrir a la mendicidad o se hallarían expuestos a perpetuar las mayores atrocidades. La miseria, el hambre, la mortandad prevalecerían muy pronto en esta clase desdichada, y de ella el contagio pasaría a las superiores hasta que el número de habitantes del país quedase reducido a los que fácilmente pueden sustentar el ingreso y el capital que todavía quedasen en él, y hubieran escapado a la calamidad o tiranía que destruyó al resto”. (p. 72)


Este temor sobre el futuro de la acumulación de capital y sus efectos negativos sobre la riqueza y el bienestar motivaron a Adam Smith a realizar una emotiva pero valiente conclusión a partir de la exposición de la teoría de la distribución, que todavía genera incomodidades o molestias entre los capitalistas y sus servidores, que ingenuamente (¿?) creen que esa conclusión no se refiere a las empresas capitalistas actuales (Grupo Poma, Grupo Agrisal, Grupo Q, Grupo Simán, Walmart, Microsoft, Sab Miller, etc.) sino que corresponden a los “malos empresarios mercantilistas de antaño”.


La conclusión de Adam Smith es las siguiente: “Por consiguiente el interés de esta tercera clase (capitalistas) no se halla tan íntimamente relacionado como el de las otras dos (terratenientes y trabajadores), con el general de la sociedad. Los comerciantes y los fabricantes son, dentro de esta clase, las dos categorías de personas que emplean, por lo común, los capitales más considerables y que, debido a su riqueza, son objeto de la mayor consideración por parte de los poderes públicos. Como toda su vida se halla ocupada en hacer planes y proyectos, gozan de una mayor acuidad mental que los terratenientes. Sin embargo, como su inteligencia se ejercita por regla general en los particulares de sus intereses específicos, más bien que en los generales de la sociedad, su dictamen, aún cuando responda a la mayor buena fe (cosa que no siempre ha ocurrido),se inclina con mayor fuerza a favor del primero de esos objetivos que del segundo (p. 240).


Siguiendo el razonamiento de A. Smith, dado que los capitalistas han demostrado que piensan más en sus intereses individuales que en los intereses de la sociedad, es necesario que la sociedad, y en especial la clase trabajadora, tenga mucho cuidado con las propuestas que suelen provenir de esta clase social, y recomienda que sus propuestas deberán : “analizarse siempre con la mayor desconfianza, y nunca deberá adoptarse como no sea después de un largo y minucioso examen, llevado a cabo con la atención más escrupulosa a la par que desconfiada”.(página 241)


En resumen: Adam Smith está a favor del sistema capitalista y a lo largo de su obra nunca puso en duda la capacidad de este sistema para lograr la riqueza y el bienestar de las sociedades. Pero esa creencia en el capitalismo no le produce ceguera intelectual ni moral frente a la conducta codiciosa de la clase capitalista, y más bien advierte al resto de clases y al Estado para no caer en la trampa de creer que lo que es bueno para los capitalistas es bueno para el capitalismo.


Siempre he admirado el espíritu y la honestidad académica de Adam Smith y de su obra. De igual manera, que me causa respeto el talante ético de muchos autores liberales que en la actualidad se niegan a tener un “liberalismo selectivo” (equivalente a una moral selectiva) y que son capaces de mantenerse en sus posturas liberales frente a temas tabú para las derechas conservadoras, aunque esto implique la molestia de sus patrocinadores y/o aliados. ¿Cómo no respetar la indignación de Mario Vargas Llosa frente a la homofobia de la cultura latinoamericana en su artículo “A la caza del Gay” en tanto negación del principio de libertad que subyace como fundamento del liberalismo? ó ¿Como no recocer el coraje de Carlos Montaner cuando desnuda públicamente en su artículo “El Vaticano Inc.” lo que es un secreto a voces : que el Vaticano es la principal corporación económica mundial y se comporta como lo hacen los peores monopolios mercantilistas?.


Son personas de derecha, pero con ideología liberal (que no es lo mismo) y por eso tienen la capacidad de ver el capitalismo como un proyecto histórico que, para sobrevivir en el largo plazo, paradójicamente necesita poner bajo control la codicia de los capitalistas y de sus cuadros directivos y técnicos. Un espíritu parecido tenía Adam Smith, y por eso los plumíferos e ideólogos (en el peor sentido peyorativo del término) de la clase capitalista tienden a realizar una lectura selectiva – cuando no distorsionada - de su obra; porque su objetivo no es la defensa del sistema sino la defensa de los empresarios.


Parafraseando la famosa frase de Joseph Schumpeter sobre Marx (“Marx no nos ha hecho marxista, pero si mejores economistas”), me atrevería a sostener como hipótesis que si bien Adam Smith en el momento actual de crisis sistémica del capitalismo difícilmente nos hará economistas liberales, sí creo que tiene la capacidad de inspirarnos a ser economistas más cultos/as, más decentes y sobre todo, más sensatos/as.


Nota: Todas las referencias bibliográficas corresponden a la obra “Investigación acerca de la naturaleza y causa de la riqueza de las Naciones”, Adam Smith, editorial Fondo de Cultura Económica, México, décima reimpresión, 1999.


(*) Columnista de ContraPunto

http://contrapunto.com.sv/columnistas/adam-smith-para-principiantes

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