El libreto de los poderosos y sus
lacayos, difundido por los medios al servicio de la oligarquía, es el mismo
que, por petrificado en el tiempo, resulta ya muy trillado: “Los campesinos, los trabajadores, cualquier
otro grupo que provenga de las clases bajas, especialmente los indios, han sido
manipulados, engañados, utilizados, por malos, negativos, maquiavélicos o
pagados líderes que responden a intereses foráneos de desestabilización e
ingobernabilidad”.
Por supuesto, en estos tiempos, ese
argumento ya no se aplica a los comunistas de una forma tan ligera como antes.
Aunque, con el avance de los movimientos populares en el sur del continente y
otras partes del planeta, no sería novedoso volver a escucharlos. Sin embargo,
para los tiempos que se viven hoy, cualquier funcionario alto, medio o bajo
recita el estribillo apresurado del narcotráfico.
Dichos personajes pertenecientes
o representantes de las clases oligárquicas, tienen en la punta de la lengua
tan pueril explicación. Y, con una prensa tan sosa al servicio de igual clase
dominante, las verdaderas causas que originan cualquier conflicto, no importan.
Lo que importa es mantener a la gran mayoría de la población desinformada,
indiferente y proclive a acuerpar dichas ristras para cometer luego violaciones
en nombre de la democracia, el orden y la defensa de su propiedad privada. Así
pues, las fuerzas de seguridad públicas de los diferentes países se convierten
en bandas armadas al servicio de conglomerados privados de inversionistas
internacionales y locales. Así se apoyan las entregas de los países al capital
transnacional.
Dicho argumento que, por
supuesto, carece de fundamento lógico, empero sí posee una base ideológica muy
fuerte de parte de los poderosos que lo han sustentando por siglos. Antes en el
derecho divino, hoy en la legalidad del voto, aunque, aún dentro de dicha
democracia burguesa se esté cuestionando seriamente la legitimidad de éste en
su expresión marginal que es el que facilita la victoria al que, aún perdiendo
abrumadora en la mayoría de lugares de un país, gana en un sector. Esto que le
permite aventajar por unos cuantos miles de votos a sus rivales le permite ser
ganador muy a pesar de los millones en contra de los padrones electorales
Esa debilidad de muchos
gobernantes que, ganando legalmente no los hace legítimos, es lo que les impide
gobernar con solvencia. De ahí, que tengan que recurrir continuamente a la
represión violenta, para hacer cumplir la agenda propia de su clase social en
detrimento de la prometida en campaña proselitista, engañando con ello a sus
propios correligionarios de las clases bajas, a los de la oposición y por ende
a todo el pueblo. Porque en ello, reside la vieja y trasnochada estrategia de
esta democracia representativa que jamás velará por solucionar la problemática
más ingente de la mayoría sino por preservar los privilegios de los poderosos,
auspiciar sus grandes negocios y, ante la lógica protesta legítima del resto de
la población que jamás se beneficia de ellos, utilizar el aparato de coerción y
represión asentado en sus fuerzas armadas para preservar el “orden”. Para eso
sirve esa democracia burguesa y por ello, las diferentes facciones de la
oligarquía y burguesía se disputan el poder del Estado. Para seguir realizando sus
pingües negocios y mantener el control sobre los dominados que obviamente están
excluidos del “desarrollo” del que tanto se llenan la boca sus funcionarios.
Este esquema electorero que no
amplía la democracia a las masas, se repite cada cierto tiempo en los
diferentes países que siguen acuerpando el caduco e infructuoso modelo
neoliberal. Modelo al cual la oligarquía mundial y sus adláteres le siguen
apostando más por razones ideológicas que por sentido común, pues a pesar de
tener la crisis terminal ante sus ojos, creen
firmemente que saldrán de ella nuevamente. No, ésta es la última ya que su irreversibilidad
se finca en cuestiones estructurales tales como la contracción de la tasa media
de ganancia mundial a raíz de la crisis de sobreproducción donde las planas
productivas de las potencias hegemónicas han caído a niveles nunca vistos
antes, perdiendo su razón de ser al no encontrar un número de compradores suficientes
para las millones de sus mercancías. Mientras eso sucede en la producción, la
burbuja de cuentas incobrables crece a medida que el crédito de un sinnúmero de
de trabajadores se estanca fruto del creciente desempleo entre las clases y
capas medias y crece por ende, el ejército de reserva industrial que frena las
mismas fuerzas productivas pues muchos de sus miembros, confiscados sus
patrimonios, se dedican a la mendicidad, a la delincuencia, a negocios
considerados ilícitos como la trata de mujeres y hombres, infantes, drogas; a
la venta de mercancías con escaso valor agregado en cuya producción se explota
inmisericordemente a otro gran conglomerado de trabajadores de otras latitudes
y, por supuesto, engrosan fácilmente los ejércitos de conquista pagados por la
oligarquía mundial para agredir a sus propios ciudadanos o a otros países donde
miles mueren por la misma guerra y de hambre.
Aunada a esa contradicción fundamental, otros capitalistas aprovechan para producir
mercancías que copian increíblemente las características de otras de, obviamente,
mayor calidad y por lo mismo de mayor prestigio, pero sin reproducir ésta
calidad lo que, indudablemente, produce ganancias estratosféricas a los que las
venden y a los que las compran. Sin embargo, pasada la euforia de la plusvalía
extraordinaria que les produjo haber enganchado a algunos cándidos mercados,
emigran a otras ramas productivas como las de armas y estupefacientes que
reditúa las mayores tasas de ganancias en estos tiempos.
En esa lógica de la lucha
intercapitalista, las transnacionales como factores consustanciales del
Imperialismo, se abalanzan por la conquista de los escasos bolsones de mercado
que existen aún, sobre los recursos naturales y energéticos de otras naciones y
a la readecuación de antiguas plantas de producción de mercancías invendibles
hoy en número y calidad que antes, en plantas de armamento y estupefacientes
que son las mercancías que, como se anotó anteriormente, son las que les
generan mayores réditos a estos capitalistas que se cobijan bajo las naguas del
Estado más mortífero, más represivo, más anacrónico pero más armado que jamás
ha existido.
Por ello, es preciso estar
convencidos de que los múltiples conflictos que hoy se viven en vez de menguar
se agudizarán a medida que el capitalismo a través de las transnacionales y los
partícipes locales de sus jugosos negocios, se vean atraídos por tasas de
ganancias más atractivas que supone una búsqueda y control de materias primas
naturales y energéticas que los hagan prevalecer sobre sus competidores. De ahí
que las comunidades estén más amenazadas que nunca ante esa voracidad. Por
ello, los trabajadores del campo y la ciudad tendrán que lograr una mejor
unidad, cohesión, coordinación y, por supuesto, organización para enfrentar
dichos embates pues la represión será mayor y más encarnizada.
El capitalismo en su fase final,
el Imperialismo, ya no encuentra asidero ideológico al caérsele la careta a su
afamada doctrina Neoliberal, para llevar a cabo sus proyectos de expansión. De
tal manera que, ahora, a través de sus fantoches, esgrimirá el combate al
narcotráfico y de nuevo el comunismo internacional para descalificar las
genuinas resistencias de los pueblos en contra de su expansionismo. La
represión y posterior estado de sitio en Santa Cruz Barillas, departamento de
Huhuetenango, Guatemala donde su población se resiste a la instalación de una
hidroeléctrica, es un parangón de esta viciada justificación.
México y Colombia son magníficos
ejemplos en nuestro continente; Libia y Siria allende de él, para prever cuál puede
ser el futuro para nuestros países que aún se encuentran bajo la égida de
Washington en la región y otros más allá de nuestras fronteras continentales.
Empero, la revolución mundial está caminando con todo y sus tropiezos y al
Imperialismo lo único que le queda es provocar una guerra mundial donde espera
derrotar a sus “enemigos” y prevalecer. Sin embargo, sus propias
contradicciones internas, como un cáncer han hecho metástasis y le queda poco
tiempo para hacer daño antes que se quede sin combustible. Tiempo que serán de
grandes sufrimientos para la humanidad, pero donde se forjará la nueva
sociedad. Pero no será sin la intervención directa de los pueblos que esto
suceda; hay que derrocarlo a través de derrocar a sus bases ubicadas en nuestros
países. La lucha es larga.
Colectivo “LA GOTERA”
Guatemala, 03 de mayo de 2012
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